viernes, 28 de agosto de 2009

La cabaña

En ocasiones lo tenemos mucho más cerca de lo que imaginamos y no nos damos cuenta.
Hacemos kilómetros, buscamos el norte sin brújula con la seguridad de estar apuntando al lugar adecuado, o a cualquiera que nos aleje de esa exasperante rutina a la que dar esquinazo en el primer cruce.

Y nos perdemos para ser más libres, y nos cansamos por sentir más lejos, y con ese trajín de ida y vuelta y principio de incertidumbre por lo que nos espera, se nos van los pocos días que tenemos para encontrar nuestro particular sitio de recreo.

Supongo que todas las puestas de sol tienen un punto invisible en el que nuestros ojos no pueden llegar más lejos, más allá de esa franja que ya sea de mar o de montaña, pone la pausa y nos hace adictos a ese espectáculo del que sería absurdo tratar de quedarse con un único entorno.

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