domingo, 27 de marzo de 2011

Un oasis en medio del ladrillo



Tarde de viernes, la tierra prometida puede estar a un puñado de kilómetros o a un par de manzanas...nunca se sabe.
Pero por lo general y utilizando el argot ciclista, para los que durante la semana vamos quemando etapas de transición aunque sea como ´outsiders´ de lujo, trabajando para empresas que por otra parte son las que cubren a cambio de esfuerzo y sobre todo mucho tiempo nuestras hipotecas, facturas varias y...sí, algunas de esas guitarras caras también, que los de Gibson todavía no me ofrecen por la jeta ni tienen a bien embriagarme con descuentos de postín.......pues eso, que plantarte en carretera al borde del fin de semana con la intención de pluriemplearte en lo que humildemente sientes que puedes dar lo mejor de ti, no deja de suponer algo grande.

En una visita semanas atrás a la recién estrenada vivienda de unos amigos situada en uno de esos barrios emergentes en la periferia de Madrid, le comentaba que en cierta forma no podía evitar el parecido razonable con otras del mismo carácter arquitectónico en lo que casi siempre supone una comparativa un tanto odiosa.
Probablemente para esas edificaciones no, pero tal vez si para sus creadores, de la misma forma que al músico de turno nunca le acaba de agradar que a su estilo o lo que es peor a sus propias canciones, les encasillen con el cartel fácil de "me suena a Fulánez o Mengánez"...
Y todo este rollete, es sólo para situar el lugar donde fuimos a parar con nuestra particular obra, pues el Centro Cultural Blas de Otero se situa en uno de esos enclaves que particularmente no me hace distinguir con facilidad las afueras de San Sebastián de los Reyes de las de el Ensanche de Vallecas o el mismísimo Sanchinarro.

Y en esas, o mejor dicho entre esa amalgama de ladrillo surge el oasis.
Un local situado en los bajos de un edificio de barrio que por su exterior podría pasar por una panadería o negocio similar, pero que encierra la posibilidad de un mundo que se nos hace aparte por momentos.
A pesar de convivir con los típicos problemas que vienen dados por la limitación horaria del ´ruido´ al tratarse de un vecindario, cuenta con una pequeña cafetería en su interior y una planta baja que es un refugio para el arte que puede colgarse de las paredes también.
Y para lo que nos toca, ofrece un reservado salpicado de sillas y mesas donde el espectador puede disfrutar de la cercanía de un escenario con dimensiones más que aceptables para lo que se encuentra en los típicos garitos de noche.

Pero todo eso no es suficiente, me refiero para que el público se acerque como merece a un espacio de esas características, y como necesita también probablemente para seguir respirando.
Intentar convencer a esos chavales que un par de portales atrás estaban dejando las escaleras minadas de vidrios y plásticos de que merece la pena emplear cinco pavos en ver que se cuece tras esas puertas, o al matrimonio de turno que sigue el concurso de Sobera con devoción y cara de hacerse millonario de que hay otros mundos posibles para un viernes noche, tal vez es una utopía.
Como dijo el alimentador del Centro, si entre las más de 120.000 personas que respiran entre Alcobendas y Sanse con su cumplida información buzoneada por uno u otro medio sólo conseguimos arrastrar a una escasa veintena es que algo falla.

Supongo que a veces la cantidad como el tamaño, tampoco es lo más importante, y es más que suficiente con sentirse valorado de una u otra forma por todas las partes que ahí confluyen.
En la retina, aunque no pude fotografiarlo, además de la intensa lluvia que nos acompañó durante toda la noche por la A-6 y demás vías, me quedó guardada una de las citas de Blas de Otero que salpicaban las paredes junto a la mesa de control y que ahora completo.

Hermanos, camaradas, amigos
yo quiero sólo cantar
vuestras penas y alegrías,
porque el mundo me ha enseñado
que las vuestras son las mías.

Ay, aquel que le pareciera
que es fácil mi batallar,
siquiera por un momento
que se ponga en mi lugar.
Qué no quiero yo ser famoso
a ver si tenéis cuidado
en la manera de hablar,
yo no quiero ser famoso
que quiero ser popular.


(Blas de Otero)