lunes, 22 de febrero de 2010

guitarras sin cuerdas


Conocí a un tipo que me aseguró cambiarlas después de cada concierto.
Y eso con su agenda de actuaciones, en el peor de los casos era hablar de una vez al mes, más o menos.
Desde luego nunca me he manejado en esas frecuencias, ni de cerca.
Hay guitarras que te invitan más que otras en cualquier caso, pero nunca ha sido una de mis tareas favoritas y con esa pelirroja va a ser como para pensárselo más de tres veces, aunque decida dejarla con la mitad de las que puede disponer.

Cada cambio de cuerdas cierra una etapa de todas formas, pero claro, siempre que no sean demasiado cortas...
Sobre todo de canciones, incluso de las que has parido aunque no hayan llegado a los oídos de la gente, de los conciertos que han arrastrado, de sus viajes, de las personas con las que te has cruzado y de una forma u otra se han deslizado por ellas contigo, soportando o disfrutando su tensión hasta llegar al límite en ocasiones...a romperse en tus manos.
En definitiva pequeños tramos de tu propia vida por las que te has dejado los dedos con independencia de sus grosores y entorchados.

Tal vez sea la razón por las que al quitarlas, acabo haciendo una espiral con ellas hasta llegar a sus puntas despeinadas para terminar colgándolas en cualquier lugar visible que me recuerde un determinado momento, una de esas parcelitas que habitaba con más o menos recorrido y en el que casi todo el sentido o la ilusión pasaba por ellas.

De cualquier forma, lo fundamental sobre todo es no tener esos mástiles demasiado tiempo como una autopista en la que resultaría imposible circular sin delimitar los carriles.

1 comentario:

  1. Estoy segura de que esas espirales guardan la memoria del momento en que sonaron y quizás si te acercas y mantienes el silencio adecuado puedas escucharlo.
    Qué bonito es dejar el alma de pequeñas historias colgadas por ahí con tanto cuidado, aunque sólo sea para que no caigan en el olvido.
    Un abrazo.

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